Existen diversas formas
de llamar a las medicinas no científicas. Yo sé, que si esto lo lee alguna
persona que trabaje usando una de estas otras medicinas, me tomará por su enemiga
al atribuir lo de “científica” sólo a la medicina establecida, convencional,
occidental o alopática, es decir, la que utiliza fármacos, métodos de
diagnóstico muy complicados, cirugía, medicina física a través de profesionales
cualificados, etc. Sin embargo, tengo que decir que esta medicina es la única
que se basa en estudios realizados en personas, y la única cuya actuación está
basada en los resultados encontrados en dichos estudios: ESTUDIOS REALIZADOS EN
HUMANOS QUE CONOCEN QUE SE VAN A PRESTAR A DICHO ESTUDIO, LOS RIESGOS QUE ESTO
CONLLEVA Y QUE TIENEN QUE DAR SU CONSETIMIENTO POR ESCRITO PARA PARTICIPAR EN EL
MISMO.
Lo que digo en el
párrafo anterior no quiere decir que el resto de las medicinas no sirvan para
nada. Si yo pensara así no me habría interesado nunca por las plantas
medicinales. Y, desde luego, no estaría escribiendo aquí lo que sé sobre ellas.
Estamos en un momento en
que, a todo lo que parezca que tiene que ver con recobrar la salud y el
bienestar, se le apoda terapéutico o terapia.
Cuando yo estudiaba
medicina, hace ya muchos años, allá a principios de los años 70, se definía la
Terapéutica Farmacológica cómo el arte de
prescribir. Ya entonces la definición estaba anticuada; no digamos hoy, después
de 40 años. Actualmente, y desde hace muchos años atrás, la terapéutica no es
un arte; es una ciencia compleja, con muchas ramas, que el médico debe dominar
lo mejor posible, apoyándose no sólo en su memoria sino también en medios
escritos o en webs especializadas que lo mantienen al día sobre nuevos
descubrimientos, ya sean buenos (un nuevo fármaco) ya sean malos (aparición de
algún efecto indeseable grave).
No hay comentarios:
Publicar un comentario